¿Qué fue de la generación X?
Sí, lo reconozco, ni generación Z, ni milennial… pertenezco a aquella denominada generación X, que tuvo sus propios “bocados de realidad” en forma de película icónica, en la que pudimos ver a una Winona Ryder, que caía en muchas de las trampas -a las que nos enfrentamos quienes vinimos a este mundo en la década de los setenta- a un Ben Stiller aún serio, porque todavía no se había encontrado con Zoolander, y por supuesto a un EthanHawke, que representaba ese tipo melancólico, con aspecto cuidadosamente desaliñado que todas habíamos aprendido a adorar gracias a KurtCoubain que nos hizo soñar con un nirvana distinto.
Somos la generación “cuéntame”, la que vio como niños y niñas empezaban a juntarse, pero no a revolverse, la que vio cómo sus mayores se emocionaban y asustaban en la misma medida, ante las elecciones, sin entender muy bien porqué pero asumiendo que eso tenía que ser lo normal. Vimos a Naranjito, la caída del Muro de Berlín, Curro y la Expo, Cobi y Barcelona 92, vivimos la angustia del SIDA como pandemia, sin entender nada, y conocimos al Primo de Zumosol, y aunque no nos dimos cuenta, resultó que a nosotros nos daban dos (pettitsiusse).
Somos la generación por primera vez creímos que querer era poder, y que existía una ley sagrada que premiaba el esfuerzo y la constancia, con prometedores porvenires… porque éramos nada más y nada menos que JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) y nos creímos infalibles y más listos que nuestros mayores, porque teníamos ordenadores, nacía una cosa llamada internet con su “Ozú” y su “Olé” y empezábamos a salir al extranjero para formarnos… fuimos carne de la obligatoriedad de ser universitarios, y víctimas de la primera gran oleada de la “masteritis”, ya que sin un postgrado en el que abundaran iniciales, no íbamos a ser nada…, aunque nadie nos explicó que tenerlo, tampoco aseguraría nada.
Pero ¿qué ha sido de esos JASP? Tanto joven y sobradamente preparado… Lo cierto es que tengo la sensación de pertenecer a una generación que no ha llegado a tiempo a nada. Demasiado tarde para haber formado parte en todo lo que supuso la transición, demasiado mayores para entender el ninismo, la desidia, el “selfismo”, ser nativos digitales, o el “yo” como centro de nuestra existencia… en los 90, me hacía gracia lo de ser “X”, incluso me hacía sentirme hasta especial, pero hoy entiendo qué significa esa incógnita, porque realmente estamos perdidos…
Y todo esto se multiplica si eres mujer. Nos pretendían educar en igualdad, pero se nos hacía especial hincapié en que cuidáramos nuestra virtud, en que no fuéramos ni monjas, ni putas, ni damiselas, ni marimachos, ni demasiado listas, ni demasiado tontas…nos enseñaron a ser grises, a creernos tan libres que asumiéramos ser esa mujer ultramoderna que se incorpora al mercado de trabajo, a la vida pública, que retrasó su maternidad entre 10 y 12 años, pero que dentro de casa siguió siendo “la ama”, esclava de su hogar, la responsable de la educación de los hijos, la jefa de logística, y la principal proveedora de todo y por supuesto del sacrificio en pos del bienestar de la familia, de los hijos, de los padres… mujeres que en muchos casos estafaron porque les dijeron que podían ser una cosa, pero luego no las dejaron. Esa es nuestra generación.
Pero hoy muchas de esas mujeres nos revelamos. Gritamos basta y elegimos hacer de nuestra capa un sayo. Hoy queremos dejar de ser las actrices secundarias, para ser protagonistas, y pese a estar entrando en una edad en la que generaciones anteriores vestían de negro y con pañuelo en la cabeza, hoy nos vestimos de diosas, pintamos nuestros labios de rojo, y volvemos a calzarnos ese zapato que nos hace sentir poderosas.
Elegimos protagonizar nuestra vida, y ser nosotras mismas, libres, valientes y sin complejos. Bravo por esas mujeres que han decidido que nunca es tarde si la dicha es buena y que han apostado por quererse y por buscar la felicidad en primera persona. Me gusta pensar que yo también soy así.