El techo de cristal sí existe

Hoy quiero reflexionar sobre ese techo de cristal, del que llevamos años hablando, pero que pese a ello sigue habiendo mucha gente que cree que son tonterías feministoides. Y que conste que este debate no lo abro por mí, por suerte o por desgracia mis cargas y obligaciones familiares son inexistentes, por lo que hay lastres reales que tienen muchas mujeres, que particularmente no me afectan en primera persona, pero que sí los veo en mis compañeras, en mis amigas. Lo veo muy de cerca y entiendo que es importante seguir reflexionando al respecto y sobre todo, avanzar en una sociedad en la que ese techo se pueda romper.
Las cotas de igualdad alcanzadas en el espacio de lo público entre mujeres y hombres, en una sociedad como la nuestra, es obvio que han crecido en los últimos años y nos están acercando a situaciones mucho más igualitarias, aunque aún tengamos un camino por andar. Ahora bien, en la esfera de lo privado… ahí estamos más cerca de los años 60 del siglo pasado que de lo que cabría esperar en los albores del año 20 del siglo XXI.
Ayer hablaba con una compañera, a la que le ha surgido una magnífica oportunidad laboral, asumiendo responsabilidades a nivel nacional, lo que empresarialmente sería muy importante para ella. Este nuevo puesto le supondría tener que viajar más, y ausentarse de su casa. Ella ya es una mujer muy activa, tiene dos hijos y tiene un marido “comprensivo” que la “ayuda”. Mi amiga está planteándose rechazar esta oportunidad, porque tendrá que faltar más en casa. Y la cuestión que aquí hay que presentar es que si fuera un hombre, ni se le ocurriría decir que no. No lo tendría que hacer, porque todo el mundo, entendería que su trabajo le hiciera viajar, y que tuviera ausencias familiares… pero cuando eres una mujer esas ausencias se convierten en reproches de propios y extraños. Las ausencias de la mujer se consideran mucho más graves, y se asocian a consideraciones del tipo mala madre,cómo puede dejar tanto tiempo a sus hijos solos, qué egoísta, sólo piensa en ella, pone su carrera por delante de su familia… y mi pregunta es ¿por qué estas acusaciones no se hacen de la misma manera o con la misma intensidad a los hombres con familia?
El entorno privado sigue siendo patrimonio de la mujer, que ha conseguido estar tan “liberada” que vive en un estrés continuo intentando compaginar el trabajo fuera de casa con el trabajo dentro de casa. Hasta las más altas ejecutivas, son las responsables de la logística familiar, ya que lo hagan o no ella, cuenten o no con ayuda, sí que son responsables. El trabajo que aún nos queda por hacer como sociedad al respecto es ingente… porque mientras sigamos considerando que hay hombres buenos que ayudan, mal iremos. No se trata de ayudar. Se trata de compartir. La familia es una responsabilidad conjunta y así es como hay que entenderla y afrontarla. Los hombres no ayudan… en una sociedad, cada cual asumirá unas funciones, habrá un reparto justo y equitativo. Hasta que eso no suceda, y desde la educación y formación dentro y fuera de las aulas no se trabaje en esta visión igualitaria de las obligaciones familiares, por mucho que se avance en la esfera de lo público, las mujeres seguiremos teniendo un techo de cristal, unido a un suelo pegajoso, que nos impide saltar lo suficientemente fuerte como para romper ese techo y despegarnos de ese suelo. Esto es un trabajo conjunto de hombres y mujeres. No se trata de que las mujeres tengan que ser las únicas que quieran y comprendan el cambio. Juntos, de la mano, construyendo un modelo social igualitario, en el que derechos y obligaciones sean las mismas. Sin estridencias, ni populismos, ni puños al viento sin una auténtica concienciación detrás.
No será fácil. Supone cambiar un modelo social y cultural. Pero si no creyéramos en que el cambio existe y que se puede aspirar a un mundo mejor para todos y todas, aún andaríamos con taparrabos y viviendo en cuevas. No fácil, pero sí posible. Otro día hablaremos del modelo monoparental… ¡del que también tenemos muuuuuchooooo que hablar!