ELISA, UNA MUJER RESILENTE
Mi nombre es Elisa. Nací hace 46 años en el seno de una familia acomodada en la que el cariño y la unión eran pilares principales. Nací en Baza, donde mi padre tenía una fábrica de aceite. Tengo que reconocer que tuve una infancia alegre. Siempre estuve arropada por mis padres que luchaban por darme tanto a mí como a mi hermana, todo lo necesario. Ellos querían que llegar a ser una persona “preparada” tanto en lo personal como en lo profesional. Estuve en Baza hasta que llegó el momento de decidir la carrera que quería estudiar. Fue entonces cuando me trasladé a Granada dejando a mis padres y comenzando una ansiada vida estudiantil. Vine a Granada cargada de ilusión y con grandes proyectos por hacer.
La verdad es que siempre fui una persona lanzada, siempre con grandes proyectos en mente. Soy lo que vulgarmente se llama, un culo inquieto. Mientras estudiaba, estuve dando clases, porque desde que recuerdo la enseñanza era mi pasión. Participaba en todos los proyectos y eventos que, a nivel universitario, tenía a mi alcance. Quería hacerlo todo, no dejar escapar ninguna oportunidad.
Cuando finalicé mi carrera, fui consciente de que no podía encerrarme a estudiar unas oposiciones. Yo quería construir mi propio proyecto, Y así lo hice. Junto con dos compañeras abrí mi propia academia en un municipio del cinturón de Granada. Fue una época genial. Disfrutaba enseñando, viajando y dedicando mi tiempo libre al deporte, a mis amigos y, sobre todo porque vivía cada minuto de la vida intensamente, como si la vida se fuese a terminar. Durante cerca de dos años me dediqué a disfrutar y a saborear mi “ilusión empresarial”, hasta que en mi vida se cruzó alguien que para mí era el ser más maravilloso que había en la tierra.
Lo abandoné todo. Dejé de lado ese proyecto que tanto me había ilusionado y me alejé de todo lo que me había mantenido tan viva y sobre todo feliz esos años. Pero seguía queriendo tener mi propio negocio, y me lancé de la mano de ese hombre que había elegido, el que creía que me iba a acompañar para el resto de mi vida y por el que por supuesto, estaba dispuesta a darlo todo. No soy ni la primera, ni la última que ha vivido esta emoción en primera persona. Pasaron unos años e hice lo que “debía”, me casé. De este matrimonio nacieron mis cuatro hijos. Esas cuatro maravillosas personitas que hoy son los pilares de mi existencia.
La verdad es que después de casarme, pasé a un segundo plano. Mis proyectos fueron eclipsados. Seguía luchando y dándolo todo pero sin aparecer, siendo una sombra, pero sin ser consciente de la situación real en la que vivía. Mi círculo de confort no me permitía ver más allá. Además, contaba con mis padres, que como siempre me daban su apoyo y estaban ahí, para seguir dándome todo lo que necesitaba. Mi vida parecía idílica. Era la vida que cualquier persona puede desear. Buena posición a nivel empresarial, a nivel social, familiarmente tenía el matrimonio idílico, los hijos perfectos y, a nivel económico, todos mis objetivos y metas estaban cumpliéndose. ¿Qué más podía pedir? Aunque ahora que miro hacia atrás soy consciente que tras esa felicidad de cartón, faltaba algo. Había algo que no encajaba, aunque no sabía lo que era. Y la venda de la comodidad y la autocomplacencia que tenía, no me ayudaba a ver más allá de mi “pequeño mundo perfecto”.
De un día para otro mi vida da un giro de 360°. De pronto me encontré con que mi vida era un castillo de naipes y además se me había derrumbado. Todo mi proyecto familiar, profesional e incluso personal se destruyó. Todo era una mentira. De la noche a la mañana me encontré con la cruda realidad. Mi matrimonio era un engaño y todo lo que me rodeaba era una farsa. Tenía que despertar. De pronto me encontré con un desconocido a mi lado que lo único que había hecho era engañarme. Mi economía estaba destrozada y tenía eso sí a mis cuatro hijos que sólo me tenían a mí para salir adelante.
De pronto, esa mujer “acomodada y feliz” que era yo, se encontró en un pozo del que tenía que salir por su propio impulso y sin poder permitirse dar un paso atrás, porque tenía que luchar por darle todo lo que necesitaran a mis hijos. Además no podía mirar hacia atrás, ni por supuesto, detenerme a buscar la mejor solución.
Afortunadamente en ese momento tuve una vez más el apoyo incondicional de mis padres y de mi hermana que me dieron el impulso económico y emocional que necesitaba para coger las riendas de una empresa prácticamente en quiebra y demostrar que era capaz de levantar nuevamente su proyecto.
Tuve que dejar mi casa, mis comodidades, pero tenía algo muy importante el apoyo incondicional de su familia y de una gran amiga, Encarni, que apareció en el peor momento de mi vida y que siempre será mi amiga del alma, pude comenzar a poner los primeros ladrillos de un nuevo proyecto que me permitiese salir adelante.
Tuve que lavar una imagen que había quedado marcada por la mala actuación de la persona que había estado a mi lado, ese que yo creía el compañero ideal en el camino de la vida. Luché y lo di todo para ir consiguiendo cumplir algunos de mis objetivos profesionales, pudiendo llegar a cubrir las necesidades de mis hijos. Mi vida giraba exclusivamente en torno a ellos y en torno a mi trabajo.
Cuando parecía que todo estaba cogiendo el camino correcto, otro durísimo golpe. Mi padre, mi mayor apoyo y uno de los enfermó y en cuestión de pocos meses murió dejándome sin esa fuerza que me ayudaba a levantarme y a tirar hacia adelante.
De nuevo, caí en ese pozo oscuro en el que había caído años atrás. Nuevamente tenía que salir, tenía que luchar y conseguir, con el apoyo de las personas que tenía a mi alrededor (mi madre, mi hermana…, y, por supuesto, mi padre que desde que se fue se convirtió en mi ángel de la guarda particular), decidí volver a subir poco a poco esos escalones, remontar y volver a sonreírle a la vida y decir “Estoy aquí” y voy a triunfar.
Desde ese día en el que cualquier persona, por muy fuerte que sea, se puede permitir derrumbarse y tirarlo todo, me empeñé en demostrar que la vida sigue, que hay que luchar, que los caminos que nos encontramos son una lección diaria y que hay que vivir, que la vida nos hace resilentes y que para poder vivirla y disfrutar hay que luchar contra las adversidades que nos vamos encontrando porque por muy duro que sea nuestro destino, más duros somos nosotros y que todo se puede conseguir y que nada es imposible. La felicidad no es fácil y para conseguirla hay que sufrir porque es cuando aprendemos a apreciar las cosas bonitas de la vida.
Desde ese fatídico día ya han pasado 6 años. Sigo ilusionada con mis proyecto, viviendo por y para mis cuatro maravillosos hijos. Disfruto de cada día que amanece y he aprendido a ver la vida de otra manera y a mirar hacia adelante olvidando el pasado y viviendo el presente sin pensar en lo que sucederá en un futuro.
Continúo con mi proyecto empresarial, Grupo Altabir, una consultoría de formación que conseguí levantar. Sigo luchando por otros proyectos que tanto a nivel empresarial como personal, me apasionan y en los que he encontrado la ilusión que tenía en esos años en los que todo era “felicidad”, aunque la diferencia es muy importante, porque ahora es real, y yo soy la protagonista.
La vida, queramos o no y antes o después, nos hace resilentes y nos enseña a luchar y a salir adelante, subiendo los hombros, sacando pecho y poniendo una gran sonrisa, pero no fingida, una sonrisa real, con la que decimos Quiero, Puedo, lo Hago y lo Consigo.