¡Señora, divina y estupenda!
¡Chicas me revelo! Francamente hemos caído en la trampa del patriarcado, y al final nosotras mismas nos revelamos ante qué nos llamen lo que somos, señoras. De alguna manera, nuestra cultura occidental terriblemente machista y con tendencia inexcusable a infantilizarnos a las mujeres, ha conseguido que aborrezcamos que nos digan señoras, ¡porque directamente pensamos que nos están llamando viejas, o que nos hacen mayores!
Leo muchos memes en los que alguna de nosotras se “muere” porque la llaman, porque nos llaman señora. Oímos esa palabra y se nos abren las carnes, el suelo se abre bajo nuestros pies, nuestra autoestima pierde enteros y nuestro poderío es herido de muerte. Cuando pasa esto, cuando nos revelamos ante esa palabra, que sepáis que ganan ellos, los retrógrados que no nos tratan como adultas, como libres, como empoderadas.
A ver queridas mías…. a un hombre no se le pregunta si es señor o señorito… ellos son sólo señores, ¿por qué entonces nosotras no queremos ser señoras? Podría parecer que defiendo esta postura en un intento desesperado por no ser señora por edad… pero la verdad es que llevo más de 20 años reivindicando mi señorío.
Somos señoras desde que nacemos, y no necesitamos a ningún hombre para serlo. No somos la señora de nadie, somos señoras porque lo somos, sin más, igual que ellos son señores. Me niego a que un estado civil sea el que pueda definirme en el siglo XXI. Si hay que renunciar a alguna denominación es a la de señorita. Reconozco que en la mayoría de los casos se hace con respeto, y hasta con cariño, sin ser consciente quien utiliza la palabra de los siglos de opresión, que contiene, sin saber cuánta condescendencia esconde, y sin ser consciente de que es uno más de los elementos de cosificación de la mujer que se encuentran perversamente escondidos bajo nuestro idioma, además apareciendo de la forma más sutil del mundo, y encerrando tras su amable significante, un significado discriminatorio.
Seguro que habrá quien me esté leyendo y piense que estoy sacando de quicio y de contexto las cosas, pero si os paráis un segundo y reflexionáis, llegaréis a la misma conclusión. Así que desde ahora os animo a no repudiar la palabra. Y si alguien os pregunta aquello de señora o señorita, le espetéis lo de “señora desde el día en el que nací, no necesito un hombre para que me haga señora. O cuando os llamen señora, asociándolo a vuestra edad, recordad que señora sí, vale, pero estupenda y divina.
Recordad que las mujeres nos empoderamos con la edad, y que nos volvemos mucho más interesantes, valientes y sobre todo seguras. No os reveléis, más bien eduquemos para que desaparezca “señorita”, de hecho en el tratamiento protocolario, pese a que se supone rancio y trasnochado ya ha desaparecido… así que olvidemos a las señoritas y gritemos que somos señoras, todas, y ¡a mucha honra!. Me encanta llamar señoras a las niñas de 10 ó 12 años, explicándoles el porqué de llamárselo, y me gusta comprobar cómo después de esta explicación afilan su mirada, yerguen sus hombros, levantan el mentón y se sienten más fuertes. El lenguaje es mucho más importante de lo que creemos, así que utilicémoslo como debemos.
Por eso, señoras, aquí me despido hasta la próxima, esperando vuestros comentarios y vuestras reflexiones.